La otra vez estaba medio aburrido y me pregunté: “¿Qué hago?”
Entonces comencé a intentar a pensar y luego de la quinta tentativa fallida concurrí al libro de “Las cosas para hacer (cuando uno está medio aburrido)”, de Luis Alberto Spinetta.
Entre tantas otras (imposibles por la magnitud de esfuerzo físico que había que hacer, como por ejemplo, desenroscar, apretar o succionar) me quedé con las que les comento a continuación: frotarse algo.
Y como tenía a mano cientos de “Reynoso Fluor” (que ninguno de Uds. ganó) empecé a frotar a uno.
Mientras seguía con la frotación, sonó el teléfono (que no sé por qué estaba en el baño). Cuando terminé de hablar y corté, me di vuelta y me encontré frente al espejo, el cual contenía algo que antes (nunca) no.
Mi cara ante esa escena reflejó el estupor mayor que en mi vida había reflejado.
Fue algo así (No sé quién me sacó la foto... Creo que me están espiando):

Y Uds., sabios, pensarán: “¿Qué suceso tan extraño habrá causado esa expresión en tu rostro?”
Me da miedo decirlo, así que sólo les mostraré la fotografía del espejo en ese momento (que tampoco sé quién la tomó):

Yo, desde aquél día, no paro de rezarle a Aieta... Además, me voy a comprar uno de los kit anti-espíritus que venden en la “Academia de Grafomancia” de la inigualable Alicia Santos.

Si se animan, frótense a Reynoso...